Desde que España se convirtió en país de inmigración (1980-1990), la demanda de empleadas de hogar y cuidadoras –a raíz de la incorporación de la mujer española al mercado laboral y en un contexto de envejecimiento de la población– favoreció el desarrollo de cadenas migratorias feminizadas. Como jefas de hogares transnacionales, estas mujeres enviaban remesas a sus familias en el país de origen. El boom económico de inicios del presente siglo produjo una masculinización del stock de inmigrantes (mano de obra en el sector de la construcción), pero la recesión económica de 2008 volvió a feminizar la inmigración. Las mujeres pasaron a constituirse en bastiones de resistencia ante la crisis, esta vez, a través de la inmovilidad (permaneciendo en España) y la precariedad, volviendo a configurarse en jefas de hogar (tanto en los países de origen como de destino).
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